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No me gusta hacer el amor. Entregarse a un ser desnudo implica compromiso, y “compromiso” es un término nauseabundo. Nunca he sabido qué significa estar en deuda con alguien; mi madre fracasó estrepitosamente al tratar de inculcarme una lección que para ella fue vital y para mí son sobras de comida de gato. Nunca he sentido deberle nada a nadie. Existen personas de confianza a las que no dudaré en llamar si tengo algún problema, y estaré allí cuando sean ellas las necesitadas. Pero lo haré porque esa es mi decisión. A la mierda las convenciones sociales. Si me lo preguntáis, seguimos siendo esclavos de la noción de unidad familiar que la iglesia nos implantó hace ya milenios.

Detesto, aborrezco hacer el amor. Llamaré a las cosas por su nombre ahora y siempre: sexo es lo que es. Sexo en la conversación, sexo en la comida, sexo en la cerveza de las nueve de la noche, sexo en la cama. A partir de ahí, que cada cual recuerde lo que quiera.

#1

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Se nos insiste: debes alcanzar la cima de la colina. Se nos condiciona: debes ser tú misma. Pero no hay gloria en la cima, ni verdad en una misma. El deporte que practico a diario no incluye líneas, ni limitaciones, ni leyes. Aprendo a desgarrarme para así abarcar el universo que me acaricia en su ominosa totalidad. Cambio de traje un día tras otro y sólo en el apéndice de la noche me disfrazo de mí misma, y así la almohada engulle cada una de las esquirlas que se desprenden de mis sueños, absurdos e insignificantes hasta la última gota.

Si habéis entrado aquí es porque os gusta perder el tiempo. Nunca tendré nada de lo que buscáis. Estáis solos en esta constelación, al igual que yo.