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No me gusta hacer el amor. Entregarse a un ser desnudo implica compromiso, y “compromiso” es un término nauseabundo. Nunca he sabido qué significa estar en deuda con alguien; mi madre fracasó estrepitosamente al tratar de inculcarme una lección que para ella fue vital y para mí son sobras de comida de gato. Nunca he sentido deberle nada a nadie. Existen personas de confianza a las que no dudaré en llamar si tengo algún problema, y estaré allí cuando sean ellas las necesitadas. Pero lo haré porque esa es mi decisión. A la mierda las convenciones sociales. Si me lo preguntáis, seguimos siendo esclavos de la noción de unidad familiar que la iglesia nos implantó hace ya milenios.

Detesto, aborrezco hacer el amor. Llamaré a las cosas por su nombre ahora y siempre: sexo es lo que es. Sexo en la conversación, sexo en la comida, sexo en la cerveza de las nueve de la noche, sexo en la cama. A partir de ahí, que cada cual recuerde lo que quiera.